TRABAJO ESTRATÉGICO: PENSAR O FRACASAR

Actualizado el 07 de julio de 2025
Autor: Milton Muñoz Santivañez

La historia del leñador y una valiosa lección para organizaciones y personas

Cuentan que una persona observaba a un leñador talar árboles en el bosque. Notó que, a pesar de su esfuerzo constante, apenas lograba resultados. Entonces, le preguntó:

—¿Por qué no afilas tu sierra?
El leñador, sin dejar de trabajar, respondió:
—No puedo detenerme, tengo demasiados árboles que cortar.

Este breve relato ilustra con claridad lo que ocurre en muchas organizaciones: se trabaja intensamente, pero sin obtener los resultados esperados. A partir de esta reflexión, nace este artículo, cuyo objetivo es ayudar a las organizaciones a superar este problema.

Dos tipos de trabajo: estratégico y operativo

Al desarrollar un trabajo, podemos identificar dos tipos de trabajo fundamentales:

  • Trabajo estratégico: Define qué queremos lograr y cómo lo vamos a lograr. Es un trabajo de análisis, pensamiento crítico, creatividad y toma de decisiones. Es esencialmente intelectual, no físico.
  • Trabajo operativo: Se enfoca en hacer realidad lo que se ha decidido. Implica ejecución constante, disciplina y precisión. Es un trabajo manual o táctico, centrado en la acción.

Volviendo al cuento del leñador, su error fue no detenerse a pensar. Si lo hubiera hecho, habría identificado la necesidad de afilar su sierra. Esa decisión estratégica le habría permitido aumentar su eficacia y eficiencia. En cambio, quedó atrapado en la ejecución sin dirección, gastando más energía con menos resultados.

Este patrón se repite con frecuencia: Organizaciones enfocadas únicamente en “hacer”, sin cuestionarse si lo que hacen sigue teniendo sentido.

La importancia de darle espacio al pensamiento estratégico

Uno de los grandes errores en muchas empresas es creer que solo el trabajo visible, tangible y centrado en la ejecución genera valor. Sin embargo, el trabajo estratégico —aunque menos visible y más reflexivo— es el que da sentido, dirección y propósito a la acción.

La estrategia define el qué y el cómo; la operación se encarga del hacer. El trabajo estratégico es pensar bien antes de pasar a la acción. El operativo es actuar, pero en función de lo pensado.

Ambos son necesarios, pero sin el primero, el segundo puede volverse inútil. Es como remar sin rumbo: mucho esfuerzo, pero sin llegar a ningún destino.

Estrategia para todos: una cultura del pensamiento estratégico

En la mayoría de organizaciones, el trabajo estratégico suele limitarse al nivel directivo, a través del planeamiento estratégico formal. Sin embargo, esta visión es incompleta y peligrosa. Hoy, más que nunca, es necesario democratizar el pensamiento estratégico, llevándolo a todos los niveles de la empresa, en cada espacio de trabajo, en cada tarea operativa.

¿Por qué?

Porque muchas veces, lo que hacemos ya no funciona. Y repetirlo más intensamente no lo va a mejorar. Al contrario: seguir haciendo lo mismo sin cuestionarlo es una receta para el fracaso.

Por eso, es clave desarrollar una cultura del pensamiento estratégico, en la que cada persona tenga la capacidad y el permiso de pensar, cuestionar, analizar y proponer mejoras, incluso desde su rol operativo.

No se trata de dejar de hacer, sino de pensar mejor para hacer mejor.
No es más trabajo, es mejor trabajo.

Hoy mas que nunca, que las organizaciones operan en un entorno que está en constante cambio: cambian los clientes, las tecnologías, los competidores, las regulaciones, los hábitos de consumo, las reglas de juego en los negocios y hasta las prioridades sociales. Estos cambios hacen que lo que funcionó ayer, no necesariamente funcione hoy, y mucho menos mañana, por lo tanto, el trabajo estratégico se convierte en la forma de no fracasar, siendo necesario democratizar el trabajo estratégico, para tener mayor capacidad y velocidad de respuesta a nivel de toda la organización, frente a los cambios del entorno.

Cuando cada colaborador sea capaz de desarrollar el trabajo estratégico, incluso desde su puesto más operativo, se logrará una transformación organizacional, que permitirá mejorar la eficacia (hacer lo correcto) y la eficiencia (hacerlo bien), así como la mayor capacidad y velocidad de responder al entorno cambiante.

Un ejemplo real: Taco Bell en Perú

Un caso claro de fracaso estratégico fue el de Taco Bell Corp. En su primer ingreso al Perú en el año 1996.

La empresa, reconocida mundialmente por su eficiencia operativa, ofrecía productos estandarizados, preparados con rapidez y calidad. Sin embargo, al ingresar a Perú, sus productos no fueron bien recibidos: los sabores picantes, ingredientes poco familiares y ciertas combinaciones no encajaron con el gusto local.

¿Falló la ejecución? No. Era exactamente la misma que usaban con éxito en otros mercados.
Falló la estrategia. No se pensó bien en la adaptación cultural ni en el cliente local.
Este caso muestra que, si la estrategia no se piensa bien, ninguna operación —por perfecta que sea— podrá corregir el rumbo.

El trabajo estratégico es pensar (y pensar bien)

Es importante entender que el trabajo estratégico no es hacer más, sino pensar mejor. Para que funcione, debe tener un espacio real dentro de la organización.

El trabajo estratégico:

  • Es intelectual, no manual.
  • Requiere tiempo, análisis, creatividad y evaluación.
  • Permite detectar errores, anticipar riesgos y encontrar soluciones de fondo.

Por su parte, el trabajo operativo es el que convierte esas decisiones en acción concreta. Ambos se necesitan mutuamente, pero el estratégico debe guiar al operativo.

El trabajo operativo sostiene el presente.

El trabajo estratégico construye el futuro.

Y ese pensamiento no debe ser exclusivo de los jefes. Debe estar presente en cada trabajador.

Recomendaciones para fortalecer el trabajo estratégico

  • 1. Activa el intelecto, no solo los brazos: Aprovecha la inteligencia de todos. Invita a tu equipo a reflexionar, proponer y mejorar procesos.
  • 2. Dos cabezas piensan mejor que una: Promueve el trabajo colaborativo. Las mejores estrategias suelen surgir de la diversidad de opiniones.
  • 3. Dedica tiempo a pensar: No se puede pensar estratégicamente en medio del caos operativo. Se requiere tiempo y espacios específicos para hacerlo.
  • 4. Mantén la mente abierta: Escucha todas las ideas, incluso las que desafían lo establecido. La innovación nace del pensamiento libre.
  • 5. Usa datos, no solo intuición: Las mejores decisiones se basan en información clara. Evalúa alternativas con criterios objetivos.
  • 6. Rompe esquemas si es necesario: Si algo no da resultados, atrévete a cambiarlo. Repetir lo mismo esperando algo distinto no tiene sentido.
  • 7. Adopta lo que ya funciona: Si hay una solución comprobada, adáptala. No siempre es necesario reinventar.
  • 8. Invita miradas externas: A veces, quienes no están dentro del sistema pueden ver lo que los internos no perciben.
  • 9. Rompe jerarquías en la estrategia: En el pensamiento estratégico, el cargo no importa. Involucra a quienes están en contacto directo con los procesos y clientes.
  • 10. Enseña a pensar estratégicamente: Entrena a todo el personal en cómo analizar, cuestionar y proponer. El pensamiento estratégico también se aprende.

Conclusión

El cuento del leñador nos deja una lección poderosa: no basta con trabajar más; hay que trabajar con inteligencia.

El pensamiento estratégico no es opcional, ni exclusivo de los altos mandos. Es una herramienta vital que todos deben desarrollar. Solo así una organización puede innovar, adaptarse, y alcanzar sus objetivos de manera eficaz, eficiente y sostenible.

Afila la sierra antes de seguir cortando.
Pensar no es perder el tiempo. Es la única forma de asegurar que el esfuerzo rinda frutos.

Frente al entorno cambiante que las organizaciones enfrentan, no tenemos otra opción: pensar o fracasar.

Desarrollar una cultura del trabajo pensante —que combine estrategia y ejecución en todos los niveles— es lo que realmente hará la diferencia.

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